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Dentro de no mucho cumpliré sesenta años,
pero el tema de este poema no es ése.
Es la aflicción que hasta el fin de sus días
causé a mis padres.
Y que los poemas no redimirán mi culpa.
Murieron, uno tras otro, con cinco años de diferencia.
Igual que al principio de su matrimonio
murieron sus hijos, cuyos nombres
casi nunca pronunciaban,
y si lo hacían, no sin cierto malestar.
Les causé un horrible suplicio con mi enfermedad
y después con mi parálisis: las leves mejoras,
las desesperantes recaídas, la degradación de un cuerpo-
concebido un día por ellos-
de un hombre aún joven.
Ese mutuo juego de apariencias, porque queríamos
que las cosas fueran bien. Imperdonable todo aquello,
aunque poco podía yo hacer.
Sólo el barón de Münchhausen era capaz
de salvarse tirándose de los pelos para no ahogarse.
Empecé a publicar, abandoné el silencio,
cuando ellos habitaron el mismo espacio que Jacek, Andrzej,
Maria, Teodozja, Sabina y Maurycy.
Cuido su helecho, que recogimos en Liszna.
Querían sentirse orgullosos de mí. Fueron testigos del desastre.
Julio 2006
De El canto de los gallos. Poemas escogidos
31 de octubre de 2009
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